Querido amigo y amiga:

La Biblia nos dice, "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros?" (1 Cor. 6:19).

¿A quién incluye el "nosotros"? ¿Está Dios refiriéndose a todos? ¿o sólo a los miembros bautizados de alguna iglesia? Vayamos al terreno práctico: Estamos intentando ayudar a un adolescente al que amamos, y que está atrapado en el vicio del tabaco, el alcohol o las drogas. No conoce el evangelio. ¿Qué le vamos a decir? ¿que su cuerpo NO es el templo del Espíritu Santo hasta tanto no tome la iniciativa de convertirse? ¿Es inocente, por no poder aún contaminar el "templo de Dios", su cuerpo? Se trata de algo serio, que afecta a nuestra efectividad en ayudar a los demás. ¿Será suficiente la motivación del temor, o lo será sólo la gracia? ¿Tendrá su miedo al cáncer de pulmón, la cirrosis o el SIDA la intensidad necesaria?

Pablo insistió en ese concepto del cuerpo humano como "templo" del "Espíritu Santo" (6:19), o de "Dios" (3:16). En 3:17 leemos que Dios destruirá a quien CONTAMINE su cuerpo. Por lo tanto, Pablo presenta el cuerpo de cada persona como "templo del Espíritu Santo". Así debiera ser. El incrédulo y el que no está bautizado, invitan también a la "destrucción" de su cuerpo, mediante el tabaco, el alcohol, las drogas y todo lo pernicioso. ¡El cáncer de pulmón no afecta exclusivamente a los miembros de iglesia que fuman! Es como si Pablo dijera al mundo: 'No contaminéis vuestros cuerpos, porque al hacer así, estáis contaminando el templo de Dios'.

El Espíritu Santo no hace su morada en la hierba, en los árboles, en los animales. Dispuso morar en ti, pues fuiste creado "a imagen de Dios". Sí, digamos al fumador, al bebedor, al drogadicto, al fornicario, al idólatra, que Dios lo tiene en tanta estima como para disponer que su cuerpo sea precisamente la morada de su Espíritu Santo. Digámosle: "la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Juan 1:9) ha iluminado tu alma, te ha concedido el Espíritu Santo a fin de convencerte de pecado (16:18); Cristo compró tu cuerpo y tu alma por "precio", por su sangre (1 Cor. 6:20). Él hizo el sacrificio necesario para reconciliar tu alma con Dios; Cristo murió ya tu segunda muerte (Heb. 2:9); te hace todas las promesas que hizo a Abraham (Gén. 12:1-3). Haz eso tan sencillo, pero solemne, que hizo Abraham: CREE.

"Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios" (2 Cor. 5:20). Y entonces, ve lo que sucede: La motivación de la gracia logrará aquello de lo que fue incapaz la del miedo.

R.J.W.