Querido amigo y amiga:

En Levítico 4 encontramos descritos los sacrificios provistos para el perdón, en representación del sacrificio de Cristo. En el capítulo 16 (y el 23), vemos que era necesario otro ministerio, el que culminaba todo el ciclo anual, representando a Cristo como el verdadero Sumo Sacerdote, en su obra expiatoria o reconciliadora final, para la purificación del santuario y del creyente: "En este día se hará expiación por vosotros, para purificaros. Y quedaréis limpios de todos vuestros pecados ante el Eterno" (Lev. 16:30).

A la vista de lo anterior, ¿hay peligro de que prestemos demasiada atención al sacrificio de Cristo? Su ministerio sumo-sacerdotal en el santuario celestial es de todo punto vital, pero Pablo nos ayuda a comprender la equilibrada relación que hay entre los dos: "Todo sumo sacerdote es puesto para ofrecer presentes y sacrificios. De ahí que era necesario que Jesús también tuviese algo que ofrecer" (Heb. 8:3). Ese "algo" reviste una importancia capital, puesto que si uno no aprecia la magnitud de su sacrificio como "el Cordero de Dios", tampoco podrá apreciar su ministerio sacerdotal.

Aún cabe decir más: Cristo no podría ministrar como Sumo Sacerdote, si no tuviera un "sacrificio" adecuado "que ofrecer". Por lo tanto, la cruz es esencial en su ministerio sumo-sacerdotal. ¡Es imposible prestarle demasiada atención! Pablo dijo que no se podía gloriar en ninguna otra cosa (Gál. 6:14). A los Corintios les dijo: "me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor. 2:1 y 2). La cruz hace que podamos "comprender bien con todos los santos, la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo" (Efe. 3:14-21).

Al mirar a la cruz, al contemplarla, nuestro corazón queda purificado del orgullo, egoísmo, los malos deseos y el amor al mundo. La preciosa sangre de Cristo, derramada en el Calvario, y ministrada por Él mismo desde el lugar santísimo del santuario celestial, nos promete: "quedaréis limpios de todos vuestros pecados ante el Eterno". Dice un cántico: "Hay vida en mirar a la santa cruz". Como los israelitas que habían sido mordidos por aquellas serpientes mortíferas miraban a la serpiente de bronce puesta sobre un mástil, miramos nosotros a la cruz, y resultamos sanados. Pero no se trata de magia ni superstición, sino de mirar y vivir (Juan 3:14-16).

R.J.W. - L.B.