Querido amigo y amiga:

Probablemente haya en la tierra millones de personas que esperan la segunda venida de Cristo. Comprenden que este mundo es el Titanic enfrentado al mortal iceberg. "¡Señor, sálvanos!", -es el clamor de muchos.

Pero pocos se dan cuenta de lo que ha de tener lugar antes del retorno de Cristo. Las palabras de Jesús en Mateo 24:14 nos recuerdan que Dios es justo y misericordioso; iría contra su carácter el que Jesús viniera antes de que todos hayan tenido el privilegio de oír el mensaje del evangelio, lo único que puede prepararlos para su venida: "Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin". Apocalipsis 14:6 al 12 presenta a tres ángeles que proclaman el "evangelio eterno" a toda nación, tribu, pueblo y lengua, en representación de la obra de la iglesia a la que Cristo encomendó la misión de proclamar las Buenas Nuevas de la salvación en Él. Apocalipsis 18 dirige la atención hacia la obra de "otro ángel" (el cuarto), que se une a los tres precedentes. Tiene "gran poder, y la tierra fue iluminada con su gloria".

Entonces tiene lugar la amonestación final, la proclamación plena del evangelio que hace posible un juicio final, de forma que Cristo pueda regresar. Pero antes de que la iglesia reciba el poder para proclamar ese mensaje, ha de venir la bendición de la "lluvia tardía", el derramamiento del Espíritu Santo ("y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio", Juan 16:8). Traerá el don del arrepentimiento.

Tal como sucedió cuando Cristo nació en Belén, pocos están preocupados por la venida (¡o la demora!) de la lluvia tardía. Pero hubo unos pocos, como el anciano Simeón, al cual "le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no moriría sin ver antes al Cristo del Señor" (Luc. 2:26), y la anciana viuda y profetisa Ana, que "confesaba al Señor", que estaban mucho más preocupados por la redención que por la riqueza y placer mundanales (vers. 37 y 38). Estos dos reconocieron en aquel bebé que acunaban los brazos de María, al tan esperado Salvador del mundo.

¿Estamos tú y yo preocupados por el don prometido de la lluvia tardía? Si es así, tal como hicieron Simeón y María, reconoceremos el don al ser concedido. Es imposible imaginar un desastre mayor que seguir dormido en esa ocasión.

R.J.W.