Querido amigo y amiga:

Fueron momentos para atesorar en la memoria por siempre. Llegaban a su fin las cinco semanas de la emisión mundial 'Net 98', y oíamos la plegaria del Señor (el "Padre Nuestro"), entonada en dulces notas de fervor y reverencia. Quedamos postrados sobre nuestras rodillas ante el trono de la gracia, con permiso para llamar al Señor del universo "Padre nuestro". Quienquiera que seas, sea cual sea el peso que embarga tu corazón, puedes llamarle así. No hay barrera que pueda interponerse entre ti y Él. Es como al entrar en uno de esos modernos edificios en los que las puertas se van abriendo automáticamente a tu paso. Una puerta tras otra van dejándote entrar, a medida que te acercas con fe, hasta que se abre la última de ellas, dejándote ante el trono de Uno que se deleita en oírte decir "Padre nuestro". Son momentos entrañables.

Esas gloriosas Buenas Nuevas han sido obtenidas para ti a precio de sangre; la agonía de su Hijo, que clamó así desde una cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

Me he preguntado muchas veces por qué clamó de la forma en que lo hizo. ¿Por qué no dijo: 'PADRE mío, PADRE mío, ...' No, en esas densas tinieblas del alma, no le es permitido llamarle 'Padre mío'. Tiene que dirigirse a Él de la misma forma en que ha de hacerlo por primera vez el pecador desesperado y abrumado por su carga de culpa: únicamente en la dolorosa, distante e impersonal expresión, "Dios mío, Dios mío. ¿Por qué...". Repudiado y despreciado por el mundo, llevando toda la carga de culpa y vergüenza de éste sobre sí, en las densas tinieblas de la maldición suspendida de un madero, Jesús tiene que debatirse contra el mismo temor y duda que tú y que todos los demás pecadores perdidos hemos experimentado. Tiene que recorrer el valle de sombra de muerte, desde el frío "Dios mío..." hasta el cálido "PADRE, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46). Su fe tiene que crear de nuevo la relación Hijo-Padre, y Padre-Hijo. Sólo por la fe tiene que vencer.

¡Y vence!

Ante ti quedan abiertas todas las puertas "por la sangre de Jesucristo", "por el camino que él nos consagró, nuevo y vivo" (Heb. 10:19 y 20). El gran Dios resulta ser tu Padre amante. Un Dios que está más cercano que el amigo más íntimo. Es maravilloso tener un auténtico amigo, pero nada hay equivalente a un Padre amante. Cuando Jesús fue bautizado en el Jordán, su Padre dijo desde el cielo: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco". Un inspirado escritor afirmó que las palabras pronunciadas por esa Voz "abarcan a toda la humanidad", incluyéndote también a ti. Créelo y alégrate por ello.

R.J.W.