2ª DE PEDRO 3:12 O EL DESAFÍO DEL REMANENTE

 

JÓNATAN DOLCET VALLESPÍ

Terrassa, junio de 2006

 

         SUMARIO:

 

                A MODO DE INTRODUCCIÓN

1.       El día de Jehová.

2.       Dos caminos, dos experiencias.

 

I.         ESPERAR Y APRESURAR QUÉ: ANALIZANDO 2ª PEDRO 3:12.

1.       Definiendo los verbos.

2.       Algunas consideraciones semánticas.

3.       Esperando y apresurando la venida del día de Dios.

 

II.       EL CONTEXTO LEJANO DE 2ª PEDRO 3:12.

1.       Las correcciones del apóstol Pablo a los tesalonicenses.

2.       Pablo y 1ª Tesalonicenses 4:15, 17: ¿Verdad presente o realidad latente?

 

III.     EL CONTEXTO INMEDIATO DE 2ª PEDRO 3:12.

1.       La segunda carta del apóstol Pedro.

2.       Mil años como un día y a la inversa.

 

IV.    EL CONTEXTO PROFÉTICO DEL TIEMPO DEL FIN Y DE 2ª PEDRO 3:12.

1.       Las profecías de Daniel y Apocalipsis.

2.       Profetas modernos y profetas antiguos.

3.       Elena G. de White y la demora de la venida del día de Dios.

4.       Una profecía incondicional con cierto carácter de condicionalidad.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

 

 

 

A MODO DE INTRODUCCIÓN

1. El día de Jehová.

Como adventistas creemos que Jesucristo volverá a esta tierra por segunda vez. Así lo hemos estado enseñando desde hace más de 160 años. La segunda venida de Jesús no responde a una interpretación privada de las Escrituras[1]. Este evento, que culmina el plan de la redención, ya fue predicho por los profetas que desarrollaron su ministerio antes de la primera venida de Jesucristo a nuestro mundo, y casi siempre estaba asociado a la palabra “ira”[2], como también al “espanto”[3] y al “fuego” que juzga[4]. Ese es el día en el que “Jehová reinará” supremo[5]. Ese será, finalmente, “el día de Jehová”[6].

2. Dos caminos, dos experiencias.

Pero ese día, terrible y amargo para unos, será al mismo tiempo un día de felicidad y alegría para otros donde resonarán por toda la tierra estas palabras de júbilo: "¡He aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará. ¡Este es Jehová, a quien hemos esperado! Nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación"[7]. La experiencia de aquellos que han aceptado a Jesús como Salvador y Señor de sus vidas será diametralmente opuesta a la de aquellos que no lo han aceptado. La diferencia reside en el “perdón de los pecados”[8].

 

Aquellos que han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero esperan expectantes la venida en gloria y majestad de su Salvador y viven en sus vidas las palabras registradas en 2ª de Pedro 3:11-14, y de manera especial las registradas en el versículo 12: “esperando y apresurando la venida del día de Dios” Si le preguntamos a este texto qué estamos esperando, la respuesta sería obvia: la venida del día de Dios. Pero si le preguntamos qué estamos apresurando parece que la respuesta que podamos dar unos y otros no siempre es coincidente.

 

Muchos sinceros cristianos han llegado a la conclusión de que no podemos apresurar ese gran día, mientras que otros sinceros cristianos han concluido que sí podemos apresurar la segunda venida de Jesús. ¿Quién tiene razón?, ¿los sinceros cristianos que dicen que no podemos apresurar o los sinceros cristianos que dicen que si podemos apresurar? ¿Pueden las dos ideas reconciliarse? ¿Qué argumentos se sostienen para defender la idea de que podemos apresurar la segunda venida de Jesús?

 

 

I.                   ESPERAR Y APRESURAR QUÉ: ANALIZANDO 2ª PEDRO 3:12.

1.      Definiendo los verbos.

La primera parte del texto griego dice así:

rosdokw/ntaj kai. speu,dontaj th.n parousi,an th/j tou/ qeou/ h`me,raj

 

Las palabras claves son los verbos prosdoka,w (prosdokáo) y speu,dw (speudo) que aparecen al principio del versículo que nos ocupa. Ambos verbos están en forma de participio presente acusativo masculino y plural. Esta forma verbal es traducida en nuestro idioma español en forma de gerundio. Así prosdokáo es traducido por la mayoría de versiones españolas como “esperando” y/o “aguardando”. El segundo verbo, speudo, debería también ser traducido en forma gerundio, puesto que concuerda en género, tiempo y modo con prosdokáo. De manera que la traducción más coherente para este texto por lo que respecta a su inicio sería: “esperando y apresurando” o “aguardando y acelerando”.

 

En este sentido se expresan la Versión Reina-Valera ’77 y la Cantera-Iglesias: “aguardando y apresurando la venida del día de Dios”. La Biblia de las Américas traduce así: esperando y apresurando la venida del día de Dios”. Y la Reina Valera ´90 lo hace de la siguiente manera: “esperando y acelerando la venida del día de Dios”. Es interesante resaltar la traducción de la versión Dios Habla Hoy: “Esperad la llegada del día de Dios, y haced lo posible por apresurarla”, no tanto por su literalismo, sino por su dinamismo que ilustra perfectamente el sentido de los verbos originales.

 

2.      Algunas consideraciones semánticas.

El verbo griego speu,dw (speudo) aparece cinco veces en el Nuevo Testamento, sin contar con el texto que nos ocupa[9]. En todas ellas podemos observar que el verbo es traducido como “apresurar”, en el sentido de darse prisa por algo o por alguien. Jesús le dice a Zaqueo que baje aprisa del árbol y éste, dice el texto que bajo aprisa, y lo remarca, queriendo significar que a pesar de que tenía la opción de no bajar o de bajar despacio se decantó por obedecer al Señor bajando aprisa. De la misma manera, el apóstol Pablo se apresuró por estar en Jerusalén para celebrar la Pascua. Pablo quería estar presente en ese día e hizo todo lo que estaba en su mano para llegar a tiempo y no faltar a la cita.

 

Cabe notar que después del verbo traducido como “apresurando” nos encontramos la expresión “la venida” (th.n parousi,an). Este sustantivo está declinado en su forma acusativa, y por tanto la traducción más literal y fiel sería: “esperando y apresurando la venida”. La inclusión de la preposición “para” que hace la Reina-Valera del 1960 es incorrecta puesto que ten parousían no es un circunstancial, sino que, como ya hemos indicado, es una expresión acusativa.

La traducción de 2ª de Pedro 3:12 que figura, por ejemplo, en la versión Reina-Valera de 1960 y de 1995 no es la más apropiada, ya que la preposición “para” no aparece en el texto griego como acabamos de indicar: prosdokw/ntaj kai. speu,dontaj th.n parousi,an th/j tou/ Qeou/ h`me,raj. Se justifica esta traducción utilizando la forma intransitiva del verbo speudo[10]. Pero tal traducción es inadecuada, ya que en el contexto de la frase es evidente que el verbo speudo (apresurando) funciona en su forma transitiva. Por definición, los verbos son transitivos cuando la acción del verbo recae sobre otra cosa, es decir, cuando exigen la presencia de un objeto directo. Precisamente en el texto que nos ocupa encontramos un objeto o complemento directo ten paurusian (la venida), que sigue al verbo speudo (apresurando).

3. Esperando y apresurando la venida del día de Dios.

Esperamos la segunda venida de Jesús, por tanto, sería lógico deducir que también la podemos apresurar, según nos indica el texto. Que el cristiano está llamado a esperar a su Señor es algo que todos sabemos muy bien, pero, ¿puede ser posible que el Señor nos esté llamando a apresurar el día de su venida? Si hacemos una lectura literal del texto, y no tenemos por qué dejar de hacerla, podemos observar que Dios nos está diciendo que esperemos y apresuremos la venida de Su día, deseándolo, anhelándolo y trabajando en armonía con Su voluntad.

 

El texto habla por sí solo: “esperando y apresurando la venida del día de Dios”. Sin embargo, muchos encuentran irreconciliable la idea de esperar con la de apresurar. Si Dios es soberano y todo está bajo su control absoluto, ¿cómo es posible que el ser humano deba jugar un papel tan determinante para que este evento tenga lugar?, ¿no es la segunda venida una profecía incondicional o será que puede tener un aspecto condicional?, ¿cómo reconciliar la verdad de que nuestras obras pueden apresurar la segunda venida de Jesús con la verdad de la justificación por la fe? Es más, ¿no esperaban los apóstoles y los cristianos de todas las épocas en sus días la venida del día de Dios?, ¿cómo pudo el Señor llamar a apresurar el día de Su venida a la iglesia primitiva cuando sabemos que Jesús nunca pudo haber venido en los días de los apóstoles?, ¿no será, entonces que el verbo speudo significa más bien “anhelar” antes que “apresurar”? Para dar respuestas más amplias a estas preguntas, vamos a contextualizar el texto que nos ocupa en el marco de la enseñanza de la segunda venida por parte de la iglesia del primer siglo.

 

 

II. EL CONTEXTO LEJANO DE 2ª PEDRO 3:12.

1.  Las correcciones del apóstol Pablo a los tesalonicenses.

En primer lugar es necesario aclarar el contexto histórico en el que fue redactada la segunda epístola de Pedro, así como analizar el contexto inmediato de nuestro texto base.

 

Podemos asegurar que Pedro no era ni un iluso ni un mentiroso. Él sabía perfectamente que Jesús no vendría en sus días porque él conocía perfectamente las cosas que  Pablo había escrito, algunas de las cuales, como él dice, “son difíciles de entender”[11]. Entre estas cosas que Pablo había escrito se encuentran las dos epístolas a los Tesalonicenses, que fueron escritas sobre el año 51 d.C. Este es un dato importante, ya que el lector bíblico puede darse cuenta que uno de los temas principales de estas dos epístolas es la segunda venida de Cristo.

 

En la primera carta, Pablo corrige un error que se había difundido en la congregación de Tesalónica y que estaba minando la fe de esos sinceros cristianos. Ellos creían que si algún creyente moría antes de que Jesús volviera por segunda vez ya no volvería a resucitar para vivir en el Reino de Dios por toda la eternidad. Pablo corrigió este error al escribir lo siguiente:

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”[12].

 

La segunda corrección sobre una incorrecta interpretación de la segunda venida la encontramos en la segunda carta a los creyentes de Tesalónica. Esta vez Pablo, angustiado por las predicciones de falsos apóstoles que vaticinaban que la segunda venida de Jesús era inminente para aquellos días y viendo que eso llevaba a muchos a la indolencia, dirigió estas palabras a los tesalonicenses:

Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste.  Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida;  inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”[13].

 

Pablo les estaba advirtiendo que no se dejaran llevar por las falsas predicciones, según las cuales el día de la venida del Señor era inminente. Elena G. de White dice, comentando estos textos, que “el apóstol Pablo advirtió a la iglesia que no debía esperar la venida de Cristo en tiempo de él.”[14]. Esta corrección paulina parecería una contradicción si uno compara estos pasajes con lo que él mismo escribiría seis años más tarde a los Corintios: Marán-atá, que significa “el Señor viene” o “ven Señor”. Esta expresión, muy utilizada en el mundo adventista, se convirtió en el saludo convencional de los cristianos de la iglesia apostólica.

 

En verdad no hay contradicción. Pablo sabía perfectamente que Jesús no volvería en sus días porque, tal y como escribió, antes de ese evento esperado y anhelado era necesario que viniera “la apostasía” y se manifestara “el hombre de pecado”. La pregunta es, ¿conocía Pablo las profecías de Daniel?, ¿sabía él quien era “el hombre de pecado”? En primer lugar Pablo, seguramente, no desconocía el libro de Daniel y en segundo lugar, y dado que él tenía el don profético, no sería descabellado pensar que él pudiera interpretar las profecías del segundo capítulo de Daniel y aún de los 2300 y de las 70 semanas. La alusión al “hombre de pecado” es una identificación clarísima del “cuerno pequeño” de los capítulos 7 y 8 del libro de Daniel. Un cuerno que empezaría a ejercer su poder después de que la Roma Imperial desapareciera para dar paso, tal y como la profecía indica, a la Roma Papal, quien debía ejercer un dominio absoluto durante 1260 años. Este es un argumento más que ratifica la idea según la cual el apóstol Pablo no esperaba ver a Jesús en sus días. Por tanto, la advertencia de Pablo a los tesalonicenses diciéndoles que el Señor “no vendrá sin que antes venga la apostasía” abarcaba toda la dispensación cristiana hasta el año 1798 tal y como indica el Espíritu de Profecía:

“Sólo después que se haya producido la gran apostasía y se haya cumplido el largo período del reino del "hombre de pecado," podemos esperar el advenimiento de nuestro Señor. El "hombre de pecado," que también es llamado "misterio de iniquidad," "hijo de perdición" y "el inicuo," representa al papado, el cual, como está predicho en las profecías, conservaría su supremacía durante 1.260 años. Este período terminó en 1798. La venida del Señor no podía verificarse antes de dicha fecha. San Pablo abarca con su aviso toda la dispensación cristiana hasta el año 1798. Sólo después de esta fecha debía ser proclamado el mensaje de la segunda venida de Cristo”[15].

 

Aunque Pablo no esperaba la segunda venida de Jesús en sus días no podía dejar de identificarse con el saludo cristiano por excelencia “maranata”[16], ya que el saludo responde a la seguridad, por parte de los creyentes, de que un día el mismo Señor que había venido, cumpliendo su promesa, volvería a venir para rescatar a Su iglesia.

 

2.      Pablo y 1ª Tesalonicenses 4:15, 17: ¿Verdad presente o realidad latente?

Algunos, también, pueden tener dificultades a la hora de conciliar la declaración del apóstol Pablo en 1ª de Tesalonicenses 4:15, 17 donde dice, hablando de la segunda venida del Señor, que “los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire”, con la declaración de 2ª de Tesalonicenses 2:3 donde dice que el Señor “no vendrá sin que antes venga la apostasía, y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición”. Si Pablo no esperaba la segunda venida en sus días,  ¿por qué se incluye entre aquellos que viven cuando viene Jesús? Seguramente lo escribió en presente, no porque el estaba convencido de que estaría vivo cuando Jesús volviera por segunda vez, sino para que el lector no considerara este tema como una posibilidad, como algo lejano y distante, sino como una realidad, como un hecho consumado en el plan divino de redención. Pablo visualizó en su mente ese glorioso día. Para él, “la bienaventurada esperanza”[17] significaba una realidad para todo cristiano en toda época que tendría su culminación en el día final.

 

La segunda venida es el mensaje de esperanza por excelencia para todo cristiano. Es el mensaje que predicaron los apóstoles y  la iglesia primitiva como siendo la culminación del plan de redención, pero nunca como siendo parte de la verdad presente para sus días. Tal y como dice Elena G. de White:

Semejante mensaje (la segunda venida de Cristo) no se predicó en los siglos pasados. San Pablo, como lo hemos visto, no lo predicó; predijo a sus hermanos la venida de Cristo para un porvenir muy lejano. Los reformadores no lo proclamaron tampoco. Martín Lutero fijo la fecha del juicio para cerca de trescientos años después de su época. Pero desde 1798 el libro de Daniel ha sido desellado, la ciencia de las profecías ha aumentado y muchos han proclamado el solemne mensaje del juicio cercano”[18].

 

Así pues, las afirmaciones de Pablo acerca de la segunda venida de Jesús no tenían como propósito advertir a sus contemporáneos sobre la inminencia de tan trascendente evento. Dichas declaraciones toman fuerza a partir del año 1798, y más concretamente a partir de 1844. Desde entonces hasta hoy el mensaje de la segunda venida no sólo es considerado como una verdad bíblica más, sino como la verdad presente por excelencia.

 

 

III.             EL CONTEXTO INMEDIATO DE 2ª PEDRO 3:12.

1.      La segunda carta del apóstol Pedro.

Tal y como indicábamos, Pedro estaba al corriente del pensamiento de Pablo. Él conocía sus escritos, de lo contrario no hubiera escrito lo siguiente:

Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito,  casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”[19].

 

Por tanto, el apóstol Pedro, quien escribió su segunda epístola no más tarde del año 67 d. C., conocía perfectamente lo que su compañero y colega Pablo había escrito dieciséis años antes en sus epístolas a los Tesalonicenses sobre la segunda venida de Jesús.

 

Pedro no era un iluso, ni tampoco un engañador. No intentaba hacer creer a sus contemporáneos que la segunda venida de Jesús podía apresurarse en esos días. Como adventistas sabemos perfectamente que Jesús nunca pudo haber regresado a nuestra tierra antes del año 1844, justo después de que finalizara el período de tiempo profético más largo que aparece en las Escrituras[20]. A partir de ese momento empezaba un período de tiempo muy especial que la Biblia denomina como “el tiempo del fin”[21].

 

¿A quién está dirigida la segunda carta de Pedro? La respuesta no es muy complicada. Pedro se dirigía “a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”[22]. Pero esta respuesta es muy genérica, ya que no localiza espacialmente a estos creyentes. En realidad, los destinatarios de esta segunda epístola son los mismos que los destinatarios de su primera epístola donde Pedro escribía “a los que viven como extranjeros, esparcidos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”[23], ya que el apóstol declara en su segunda epístola que “ésta es ya la segunda carta que os escribo”[24].

  

Pero el contenido de estas epístolas no queda restringido a esas personas que ya hace mucho que murieron. Sabemos que la Palabra de Dios trasciende a las culturas, naciones comunidades y aún al mismo tiempo, porque es eterna. Así, Pedro no sólo está escribiendo a esos creyentes contemporáneos, sino que también está dirigiéndose a nosotros “a quienes han alcanzado los fines de los siglos”[25]. Y esto es especialmente cierto en relación al texto de 2 ª Pedro 3:12 y los textos, tanto precedentes como subsiguientes.

 

Pedro mismo reconoce que muchos de los profetas del Antiguo Testamento “no administraban para sí mismos”[26] cuando hablaban bajo inspiración divina sobre el Mesías. Por el contrario, aunque su mensaje mesiánico pudiera servirles a ellos mismos y a la sociedad en la que actuaban como estímulo, los destinatarios finales eran los contemporáneos del apóstol Pedro, quienes podían comprobar que lo profetizado por esos hombres de Dios había tenido su cumplimiento en la persona y la obra de Cristo. De manera que las cosas que les fueron reveladas concernientes a “los sufrimientos de Cristo, y las glorías que vendrían tras ellos”[27] fueron reveladas, tal y como dice el apóstol Pedro, “para nosotros”, y este “nosotros” incluye tanto a Pedro y sus destinatarios como a nosotros, cristianos del s. XXI.

 

Lo mismo se puede decir del texto de 2ª Pedro 3:12. Una vez que sabemos la posición que la iglesia apostólica tenía sobre el tiempo de la segunda venida de Cristo ratificada por el apóstol Pablo en 2ª de Tesalonicenses 2:1-10, y explicado por Elena G. de White en “El Conflicto de los Siglos”, no es arriesgado conjeturar que Pedro no intentaba engañar a sus contemporáneos animándoles a hacer algo que, lógicamente, no podían hacer, apresurar o acelerar la venida del día de Dios, debido a que todavía no había llegado el tiempo del fin, es decir, el tiempo del advenimiento. Recordemos que el mensaje de la segunda venida de Jesús no era la verdad presente para ese tiempo, ni para el tiempo de Lutero.

 

Pedro está, en estos textos, haciendo lo mismo que los profetas del Antiguo Testamento. Está hablando de una realidad que ha dado esperanza a la iglesia de Cristo en todo tiempo y que tiene una especial relevancia en el tiempo del fin, porque es precisamente en este tiempo del fin cuando la segunda venida de Cristo será una realidad. Pedro sabía que la segunda venida de Jesús le trascendería en el tiempo a él, pero no a su epístola. Él debía saber que la segunda venida de Jesús era una realidad de la cual no podía dejar de escribir, porque aunque no era la verdad presente para su tiempo si sería la verdad presente para la generación de creyentes que vivieran cuando el tiempo del fin empezara. Y en esa generación estamos incluidos tú y yo.

 

2.  Mil años como un día y a la inversa.

Muchos se acogen a una declaración que Pedro hace en su segunda epístola y que se encuentra en el contexto inmediato del versículo 12, según la cual para el Señor “un día es como mil años, y mil años como un día”[28]. De este modo se arguye que la venida de Cristo no sufre atrasos ni demoras y que la percepción del tiempo que nosotros tenemos es radicalmente opuesta a la de Dios. Es cierto que la percepción que Dios tiene del tiempo es diferente a la nuestra. Dios no está limitado por el tiempo, pero no es menos cierto que nosotros sí lo estamos, y Él lo sabe perfectamente. Dios no juega al ratón y al gato con nosotros. Cuando en la Escritura encontramos tiempos proféticos definidos ajustados a nuestra realidad temporal es porque el Señor nos quiere dar a entender que el trayecto de este mundo está llegando, realmente y no aparentemente, a su fin.

 

No podemos aplicar este texto de Pedro para decir que el tiempo para el Señor es otro del que Él mismo nos ha indicado. En Daniel 8:14 encontramos el período profético más largo de la Biblia, período que como bien sabemos llega hasta el año 1844. Después de la ascensión de Cristo a los cielos hasta el año 1844 han transcurrido unos 1813 años, si tomamos, tal y como nos indica la profecía de las setenta semanas de Daniel 9, el año 31 d. C. como el año de la crucifixión, resurrección y ascensión de Jesús. Entonces, ¿qué nos hace pensar que después del año 1844 pueden transcurrir 1813 años más? Es más, ¿sería lógico, si la anterior posibilidad fuera cierta, pensar que en el año 1844 empezó “el tiempo del fin” o “el fin del tiempo del fin”? Si desde la ascensión de Cristo hasta llegar al año 1844 han transcurrido 1813 años denominados por los apóstoles como “los últimos días” o “los postreros días”[29], no sería lógico deducir que “el fin del tiempo del fin” pueda durar 1813 años más.

 

En la profecía un día es como un año, porque equivale a un año, pero nunca un día equivale a mil años, aunque para Dios, un ser eterno, un día sea como mil años. Si nos acogemos a esta expresión para discutir sobre el cuándo de la segunda venida, entonces tendremos serios problemas para defender, por ejemplo, que los días de la creación son literales y no períodos de mil años.

Pedro no podía dejar de escribir la verdad expresada en el versículo 12 del capítulo 3 de su segunda epístola. Pero, ¿cómo podía expresar esa verdad sin desanimar a sus destinatarios contemporáneos? ¿Hubiera sido ético escribirles que Jesús todavía tardaría unos siglos en volver? Podría haber sido ético, pero desde luego hubiera resultado muy desmoralizador. Quizás por eso, la inspiración haya situado en ese contexto la expresión “un día es como mil años, y mil años como un día”. Desde nuestra perspectiva podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que desde la ascensión de Jesucristo hasta hoy han pasado casi dos días para Dios. Y desde hoy hasta que venga Cristo podemos vaticinar con total seguridad que no van a pasar un día o dos más, mil años o dos mil años más. ¡¡Es cuestión de segundos porque Dios nos ha revelado que el tiempo se acaba!!

 

 

IV.             EL CONTEXTO PROFÉTICO DEL TIEMPO DEL FIN Y DE 2ª PEDRO 3:12.

1.      Las profecías de Daniel y Apocalipsis.

Cómo ya hemos indicado, Jesús nunca pudo haber vuelto a esta tierra antes de 1844, año en el que finalizaba el período de tiempo profético más largo registrado en la Biblia. En ese año empezó a predicarse el mensaje de los tres ángeles por la iglesia remanente[30] que queda después de la persecución papal descrita en Apocalipsis 12.

 

El libro de Apocalipsis, escrito por Juan sobre el año 100 d. C., termina con una promesa de Jesús: “Ciertamente vengo en breve”[31]. Otras versiones traducen de la siguiente manera: “Sí, vengo pronto”. ¿Cómo interpretaron los cristianos de aquella época estas palabras? ¿Se estaba Jesús burlando de ellos? Evidentemente no. Juan narró acontecimientos que desde su perspectiva histórica ocurrirían en un futuro inmediato y lejano al mismo tiempo. Los sellos, las trompetas, el período de 1260 años de supremacía papal y el triple mensaje angélico narran acontecimientos que se proyectan hasta el tiempo del fin.

 

Por eso Jesús no pudo dejar de decir “ciertamente vengo en breve”. Estas palabras hay que entenderlas en el contexto histórico-temporal del mismo libro de Apocalipsis. Jesús no está diciendo que desde el año 100 él viene pronto, sino que viene pronto a partir de los acontecimientos que se desencadenan en el tiempo del fin descritos, principalmente, en Apocalipsis 12 en adelante. Es a partir de esos momentos cuando la declaración: “vengo pronto” adquiere sentido.

2.      Profetas modernos y profetas antiguos.

No podemos, como adventistas, ignorar los escritos de Elena G. de White. Sus escritos proveen luz y dirección porque dan explicaciones coherentes e inspiradas a muchos temas, entre los cuales se encuentra el de la segunda venida de Cristo.

 

Ella realiza un comentario en “El Deseado de Todas las Gentes” en relación a este trascendental tema que justifica con el texto de 2ª Pedro 3:12: “No sólo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla (2ª P. 3:12)”[32]. Nótese que utiliza los mismos verbos que utiliza el apóstol Pedro y hace una interpretación del texto que no deja ninguna duda sobre la posibilidad de apresurar la venida del día de Dios[33].

 

En miles de ocasiones ella dice que Jesús viene pronto y en muchas ocasiones también da explicaciones del por qué Jesús no regresó a la tierra en el pasado más reciente (de 1844 en adelante), cuando todo indicaba que ese evento iba a ser una realidad. Efectivamente, Elena G. de White, dice que Jesús podía haber vuelto a buscar a su pueblo en algún momento del pasado, y este es un argumento poderoso para darnos cuenta de que la venida del Señor no puede demorarse por 100 o 200 años más, entre otros motivos, porque el hecho de que Cristo haya querido venir en el pasado es un indicio del carácter inminente de su venida.

 

Entonces, ¿qué impide que este hecho sea una realidad?, ¿dónde está el problema? ¿Será que su decisión es soberana e inamovible  y está determinada o predestinada para un día en concreto?, o ¿será que nosotros hemos fallado en anunciar las Buenas Nuevas demorando así su venida? La cita anterior sigue diciendo lo siguiente: “Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria.”[34].

 

Parece lógico y razonable concluir, a menos que menospreciemos el testimonio inspirado, que la demora de la venida del día de Dios no es ni mucho menos aparente, sino más bien evidente.

 

            3.  Elena G. de White y la demora de la venida del día de Dios.

Una cosa está clara, “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza”[35]. Eso era cierto en el siglo I, y sigue siendo cierto hoy en el s. XXI. Dios no se retrasa, no se demora porque no es impuntual. Pero no podemos negar que hay una demora y, como indicamos, no precisamente aparente. La respuesta a la demora ya se ha indicado con anterioridad; Dios no es el responsable de esta situación. Los responsables somos nosotros, tal y como indica el Espíritu de Profecía[36]. Y esa demora no sólo tiene que ver con la indolencia a la hora de predicar el evangelio, sino también con la falta de fe, de espiritualidad y de consagración del profeso pueblo de Dios, según declaran los testimonios: “Miembros de las iglesias del Dios vivo, estudiad estas promesas, y considerad como vuestra falta de fe, de espiritualidad y poder divino, impiden la llegada del reino de Dios”[37].

 

El Señor, como muy bien dice el apóstol Pedro, no retarda su promesa, “sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”[38].  Elena G. de White dice algo similar a esto:

“Si los adventistas, después del gran chasco de 1844, se hubieran aferrado a su - fe y hubieran ido unidos en pos de la providencia de Dios que abría el camino, y si hubieran recibido el mensaje del tercer ángel y si lo hubieran proclamado al mundo con el poder del Espíritu Santo, habrían visto la salvación de Dios, el Señor hubiera obrado con poder mediante sus esfuerzos, la obra se habría terminado y Cristo habría venido para recibir a su pueblo y darle su recompensa. Pero en el período de duda e incertidumbre que siguió después del chasco, muchos de los creyentes del advenimiento perdieron su fe... En esta forma la obra fue estorbada y el mundo quedó en tinieblas.  Si todo el cuerpo adventista se hubiera unido en torno de los mandamientos de Dios y de la fe de Jesús, ¡Cuán ampliamente diferente habría sido nuestra historia!

No era la voluntad de Dios que se demorara así la venida de Cristo.  Dios no tenía el propósito de que su pueblo, Israel, vagara cuarenta años por el desierto.  Prometió guiarlos directamente a la tierra de Canaán, y establecerlos allí como un pueblo santo, sano y feliz.  Pero aquellos a quienes primero se les predicó, no entraron "a causa de incredulidad" (Heb. 3: 19).  Sus corazones estaban llenos de murmuración, rebelión y odio, y Dios no pudo cumplir su pacto con ellos”[39].

 

Nadie se atrevería a discutir que los cuarenta años de peregrinación por el desierto del pueblo de Israel era la voluntad de Dios. Y sin embargo, somos capaces de seguir diciendo, a pesar de la luz recibida y en contra de ella, que el Señor vendrá cuando quiera. El problema está en que lo que el Señor quiere, y lo que quiere es venir, su pueblo no lo quiere, aunque no lo declara de viva voz, sino que se deja ver por su estilo de vida. Nadie de nosotros declararía jamás que no desea que la esperanza de la iglesia cristiana y la razón de ser del pueblo adventista, es decir, la segunda venida de Jesús, pueda pronto ser una realidad. En nuestras oraciones hacemos alusiones continuas al deseo de que Jesús venga pronto, sin embargo, nuestra consagración diaria y nuestro compromiso con la iglesia a la hora de testificar, a menudo, brilla por su ausencia.

 

No estamos llamados a dejar que las cosas sigan su curso sin hacer nada al respecto. Las señales de su venida se suceden una tras otra y nosotros seguimos perdidos y confundidos por falta de consagración y acción, por falta de dirección y convicción sobre el evento escatológico cumbre: la venida de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Seguimos predicando que Jesús viene y al mismo tiempo seguimos evadiendo los interrogantes de la demora, argumentando que no hay tal demora o, en el peor de los casos, diciendo que Dios quiere que todos procedan al arrepentimiento, sin darnos cuenta que Dios busca en primer lugar el arrepentimiento de su pueblo[40].

 

El llamamiento de Dios por medio de Pedro supone una exhortación al arrepentimiento. Es un llamamiento a darnos cuenta de nuestra responsabilidad ante tan increíble y desagradable situación. Sólo el arrepentimiento trae regeneración y conversión. Y sólo la regeneración y la conversión de los creyentes podrán apresurar la venida del día de Dios, porque sus vidas serán un continuo testimonio del amor de Dios. Vivirán y predicarán con sus vidas y con sus palabras el poder del evangelio con el claro propósito de acelerar el fin[41].

 

No podemos olvidar el aspecto condicional de algunas profecías bíblicas entre las que se encuentra la segunda venida de Jesús.  Elena G. de White fue acusada porque sus declaraciones acerca del fin del tiempo y de la segunda venida no habían encontrado consumación en sus días, de manera que muchos se sentían frustrados, chasqueados y aún engañados acerca de lo que sus testimonios indicaban, al punto que ella lanzó la siguiente pregunta: ”¿Se me acusa de falsedad porque el tiempo ha continuado más de lo que mi testimonio parecía indicar?”[42]. Ella, seguidamente, llamó la atención de sus detractores aludiendo al aspecto condicional de la Palabra de Dios[43]: “Debiera recordarse que las promesas y amenazas de Dios son igualmente condicionales”[44]. Según ella expone, las condiciones para que esta profecía incondicional que es la segunda venida se cumpla son las siguientes:

1.      Dios nos ha confiado a su pueblo una obra que debe efectuarse en la tierra mediante la predicación del mensaje del tercer ángel a todos los habitantes de la tierra, haciendo especial énfasis en el sábado y en la ministerio de Jesús en el santuario celestial:

“Dios ha confiado a su pueblo una obra que debe efectuarse en la tierra… las mentes de los creyentes habían de ser dirigidas al santuario celestial… La reforma del día de reposo había de ser llevada adelante… El mensaje debe ser proclamado con fuerte pregón para que todos los habitantes de la tierra puedan recibir la amonestación.”[45]

 

2.      Su pueblo debe vivir la verdad y encontrarse sin falta en Su venida mediante la intercesión de Cristo en el santuario celestial:

“El pueblo de Dios debe purificar su alma mediante la obediencia a la verdad y estar preparado para encontrarse con él sin falta, en su venida.”[46]

 

Ambas condiciones encuentran su paralelo, evidentemente, en las Escrituras. La primera en Mateo 24:14 y Apocalipsis 14:6-14, y la segunda en 2ª Pedro 3:9 y Apocalipsis 3:14-21. Estas condiciones, no se habían dado plenamente, al menos hasta el año 1883, poco después el gran chasco, cuando la Sra. White escribió estas refutaciones a sus detractores y que aparecen en el primer volumen de Mensajes Selectos. Y parece evidente que en los años subsiguientes las cosas no han mejorado demasiado si nos atenemos a la cláusula condicional que ella esgrime y que describe perfectamente la causa de la demora:

“Si después del gran chasco los adventistas se hubiesen mantenido firmes en su fe, y unidos en la providencia de Dios que abría el camino, hubieran proseguido recibiendo el mensaje del tercer ángel y proclamándolo al mundo con el poder del Espíritu Santo, habrían visto la salvación de Dios y el Señor hubiera obrado poderosamente acompañando sus esfuerzos, se habría completado la obra y  Cristo habría venido antes de esto para recibir a su pueblo y darle su recompensa.”[47]

 

4. Una profecía incondicional con cierto carácter de condicionalidad.

No es Dios el responsable de esta demora, sino “la incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios”[48]. Estas causas y no Dios “nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años”[49]. Si a estas causas le añadimos la apatía, evidente para unos y aparente para otros, en predicar el evangelio encontramos una explicación cierta y coherente al interrogante del por qué Cristo no ha regresado todavía. El aspecto incondicional de la profecía de la segunda venida se ve afectada por los condicionantes negativos imperantes en su pueblo que impiden su consumación.

 

La Segunda Venida de Jesús como profecía es incondicional. Jesús prometió que vendría y, finalmente, vendrá. Aquí es donde muchos encuentran razones para argumentar que no hay nada que podamos hacer para variar las cosas relativas al segundo advenimiento. Dios tiene el control y sabe el momento exacto de su retorno porque ha tomado una decisión soberana e irrevocable, ya que sólo el Padre sabe el día y la hora[50]. Sin embargo, esta argumentación, que es válida y aplicable a la primera venida de Jesús, no termina de encajar cuando hablamos de su segunda venida, y eso sucede por el carácter condicional que también tiene la segunda venida de Jesús, y que nunca tuvo ni pudo tener su primera venida.

 

En Gálatas 4:4, podemos leer que cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”. Ese tiempo estaba perfectamente delimitado en la profecía de las 70 semanas del capítulo 9 del profeta Daniel[51]. En la septuagésima semana se contempla el inicio del ministerio público de Jesús[52], así como su muerte en la cruz y la conclusión del tiempo de gracia al pueblo judío después de la muerte de Esteban en el año 34 d. C.

 

Como podemos comprobar la primera venida de Jesús estaba supeditada o condicionada por el periodo profético de Daniel 9. Por tanto, la primera venida de Jesús entra dentro de la categoría de profecías incondicionales. Nada ni nadie pueden alterar su curso de acción[53]. Y como ya hemos comprobado con anterioridad, la segunda venida de Jesús también está, en parte, condicionada por la profecía del capítulo 8 de Daniel. Y sólo en parte porque no hay un día concreto, a partir de 1844, en el cual tengamos que esperar la segunda venida. De esta manera la segunda venida de Jesús adquiere un carácter condicional[54]. Su consumación final no depende tanto de un período profético de tiempo, sino más bien de la actitud de un pueblo o iglesia profética[55].

 

La siguiente cita de Elena G. de White merece una atención especial, no tanto por lo que dice, sino más bien por lo que no dice en relación al segundo advenimiento: “Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora”[56]. Como adventistas siempre hemos defendido que un texto fuera de su contexto es un pretexto. Esta premisa es válida tanto para interpretar las Escrituras como para interpretar los escritos del Espíritu de Profecía. El contexto de esta declaración de la Sra. White hace alusión única y exclusivamente al tiempo de la primera venida de Jesús[57]:

“Por los símbolos de las densas tinieblas y el horno humeante, Dios había anunciado a Abrahán la servidumbre de Israel en Egipto, y había declarado que el tiempo de su estada allí abarcaría cuatrocientos años… Así también fue determinada en el concilio celestial la hora en que Cristo había de venir; y cuando el gran reloj del tiempo marcó aquella hora, Jesús nació en Belén”[58].

 

Cuando Dios predice un tiempo profético definido, nada ni nadie es capaz de alterarlo. Entonces, la pregunta es: ¿podemos aplicar esta declaración, relativa a la primera venida de Jesús, a su segunda venida? La respuesta, necesariamente, es no, a menos que ignoremos no sólo lo dicho hasta aquí, sino también lo dicho por el mismo Espíritu de Profecía. Para la segunda venida de Jesús, a diferencia de su primera venida, el tiempo profético definido o el momento exacto de su cumplimiento es amplio: pudo haber ocurrido desde 1844 hasta el año 2005, y puede ocurrir en algún momento a partir del año 2006 hasta la finalización del tiempo de gracia[59].

 

Surge otra pregunta a raíz de esta cita: ¿Ha sido determinada en concilio celestial el día y la hora de su venida que sucederá cuando el gran reloj del tiempo marque esa hora? La respuesta vuelve a ser no. Nadie pone en duda que Dios sabe el día y la hora del regreso de Jesús, pero eso no significa que ese día y esa hora hayan sido predestinados con anterioridad. El día y la hora de su segunda venida no viene determinada por una decisión irrevocable celestial, sino por una predicación perseverante terrenal. De hecho “Cristo nos dice cuándo ha de iniciarse ese día… “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”[60]. No parece que Cristo esté esperando a que un “gran reloj del tiempo” marque la hora de su segunda venida, sino más bien la cita da a entender que Cristo espera que recibamos su poder para vivir y predicar el evangelio para que entonces venga el fin, es decir, venga Él. Ese día, pues, será una realidad después de que el evangelio haya sido predicado y el mundo haya sido advertido del evento que culmina el plan de la redención.  Y, evidentemente, Dios sabe cuando llegará ese día, que está totalmente condicionado por la acción de cada uno de aquellos que creemos y predicamos acerca de la Segunda Venida.

 

A comienzos del s. XX Elena White aún seguía diciendo que la venida de Jesús y, por ende, la retención de sus juicios estaba condicionada por la predicación del evangelio:

“Pero antes de esa venida Jesús dijo que “será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones”. Su reino no vendrá hasta que las buenas nuevas de su gracia hayan sido llevadas a toda la tierra”[61].

 

“Dios está reteniendo sus juicios en espera de que el mensaje sea proclamado a todos. Hay muchos que aún no han oído el mensaje probatorio constituido por la verdad presente para este tiempo”[62].

 

Que Dios sepa de antemano cuál será el día de la venida de Jesús, y esta verdad tiene que ver con el aspecto incondicional de la profecía, no implica que Dios haya prefijado una fecha con antelación inamovible e invariable, lo cual tiene que ver con el aspecto condicional de la profecía. Dios espera que su pueblo entienda el enorme privilegio que le es concedido en tomar parte activa en la culminación del plan de la redención por medio de la predicación de la verdad presente para este tiempo del fin. Y todo esto, parafraseando la cita de Elena G. de White referida anteriormente[63], sólo puede ser posible con la inestimable ayuda del poder del Espíritu Santo, quien abre el camino y está dispuesto a obrar poderosamente acompañando nuestros esfuerzos.

 

 

A MODO DE CONCLUSIÓN.

A nosotros nos toca remediar y mejorar esta situación tomando decisiones en favor del Señor. Eso pasa, en primer lugar, por abandonar todo pecado conocido y por reconocer y aceptar nuestra responsabilidad ante la demora evidente, ya sea dejando de culpar a Dios por esta situación o dejando de utilizar argumentos que promueven “paz” y eludan así nuestra necesidad de arrepentimiento. En segundo lugar, debemos permitir que el Señor pueda hacer de Su iglesia un instrumento útil y sistemático de predicación evangélica: pastores y laicos,  hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos. Todos deberían ser enseñados, entrenados e involucrados en la misión para la cual fue instituida, que no es otra que “la de anunciar el evangelio al mundo”[64] con un objetivo glorioso: apresurar la venida del día de Dios.

 

Esperar la segunda venida de Jesús es anhelarla. Y anhelar significa para el apóstol Pedro apresurar. Su declaración histórica toma fuerza y consistencia en este tiempo del fin; a la verdad atemporal de esperar la segunda venida de Jesús se añade el aspecto condicional de esta profecía incondicional: “apresurar”, el cual actualiza esta doctrina fundamental y la convierte en verdad presente para nuestros días. Hoy no es posible esperar sin dejar de apresurar este glorioso acontecimiento, porque la verdad presente para hoy es que tenemos el privilegio responsable no sólo de esperar sino también de apresurar la venida del día de Dios.

 

Apreciado lector sólo nuestra más sincera consagración a Dios y nuestra continua dependencia de él, sin poner excusas ni impedimentos para que podamos vivir vidas santas y piadosas[65] harán que antes de lo que esperamos tenga lugar el evento que todos anhelamos, porque lo anhelamos, ¿no?


 

[1] Véase 2ª Pedro 1:20.

[2] Véase p. e.: Isaías 13:13; 66:15; Jeremías 4:23-26; 25:31-38; Sofonías 1:14-18; 2:1-3; 3:8.

[3] Véase Joel 2:31.

[4] Véase Salmos 50:3-6.

[5] véase Salmos 146:10; Miqueas 4:7.

[6] Isaías 2:12-22; 13:6-9; Ezequiel 30:3; Joel 2:1-11; 3:14; Amós 5:18, 19; Abdías 1:15; Sofonías 1:14; Malaquías 4:5.

[7] Isaías 25:9.

[8] Mateo 26:28; Hechos 2:38; 10:43; 26:18.

[9] Lucas 2:16; 19:5, 6; Hechos 20:16; 22:18.

[10] Véase WALLENKAMPK, Arnold. La demora aparente. (Miami, Florida: APIA), pp. 109-110.

[11] Véase 2ª Pedro 3:15, 16.

[12] 1ª Tesalonicenses 4:13-5:1.

[13] 2ª Tesalonicenses 2:1-10.

[14] WHITE, Elena G. de. El Conflicto de los Siglos (Mountain View, California: PPPA, 1977), pág. 405.

[15] Ibidem.

[16] Esta expresión aramea que aparece en 1ª Corintios 16:22 era usada como un saludo por la comunidad cristiana de aquel tiempo. Puede traducirse de dos maneras distintas: 1. Nuestro Señor ha venido, o 2. ¡Ven, nuestro Señor!

[17] Véase Tito 2:13.

[18] Ibidem.

[19] 2ª Pedro 3:15, 16.

[20] Véase Daniel 8:14. Para una explicación detallada de este período profético de tiempo véase  Creencias de los Adventistas del Séptimo Día (Madrid: Safeliz, 1989), pp.368-374.

[21] Véase Daniel 12:4. Para más detalles sobre el principio del tiempo del fin véase SHEA, W. Estudios selectos sobre interpretación profética (Buenos Aires: ACES), pp. 61-62.

[22] 2ª Pedro 1:1.

[23] 1ª Pedro 1:1.

[24] 2ª Pedro 3:1.

[25] 1ª Corintios 10:11.

[26] Véase 1ª Pedro 1:11, 12.

[27] 1ª Pedro 1:11.

[28] 2ª Pedro 3:8.

[29] Véase Hechos 2:17; Hebreos 1:2; 2ª Pedro 3:3.

[30] Cf. Apocalipsis 12:17; 14:6-12.

[31] Apocalipsis 22:20.

[32] WHITE, Elena G. de. El Deseado de Todas las Gentes. (Miami, Florida: APIA, 1955), pág. 587.

[33] Sobre la explicación de este texto véase las páginas 2-4 de este artículo.

[34] WHITE, Elena G. de. El Deseado…, págs. 587, 588.

[35] 2ª Pedro 3:9.

[36] Para más información acerca de la demora y el apresuramiento de la segunda venida de Cristo en el Espíritu de Profecía véase Consejos para los Maestros, pág. 430; El Conflicto de los Siglos, págs. 510-511; El Deseado de Todas las Gentes, págs. 587-588; El Evangelismo, págs. 504-505; Joyas de los Testimonios, vol. 3, págs. 72, 212-213, 296; Los Hechos de los Apóstoles, págs. 91, 480; ¡Maranata: El Señor viene!, págs. 17, 53, 90, 95; Mensajes Selectos, vol. 1, págs. 77-78, 95; Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 47.

[37] WHITE, Elena G. de. Joyas de los Testimonios (Mountain View, California: PPPA, 1993), vol. 3, pág. 71.

[38] 2ª Pedro 3:9.

[39] WHITE, Elena G. de. El Evangelismo. (Buenos Aires, Argentina, 1975), pág. 505.

[40] Véase Apocalipsis 3:19.

[41] Véase Mateo 24:14.

[42] WHITE, Elena G. de. Mensajes Selectos. (Mountain View, California: PPPA, 1966), vol. 1, pág. 76.

[43] Para un estudio más detallado sobre el aspecto condicional de las profecías en la Biblia véase The Predictions of the 1856 Vision (http://www.whiteestate.org); Las predicciones de la visión de 1856 (http://www.libros1888.com/calv2ven.htm);  ¿Algunos en 1856 estarían con vida al regresar Cristo?  (http://centrowhite.uapar.edu/pregyres.htm).

[44] WHITE, Elena G. de. Op. cit, pág. 77.

[45] Ibidem.

[46] Ibidem.

[47] Ibidem.

[48] Ibidem, pág. 78.

[49] Ibidem.

[50] Véase Mateo 24:36. Este texto  habla del preconocimiento del día de la segunda venida de Jesús por parte de Dios, pero nunca de una fecha predestinada o prefijada por Dios.

[51] Véase Daniel 9:24-27.

[52]  Jesús hizo alusión al inicio de la septuagésima semana cuando dijo “el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

[53] Otras profecías incondicionales que podemos encontrar en las Escrituras son: 1. Los cuatrocientos años de permanencia del pueblo israelita en tierra de Canaán y Egipto (Gn. 15:13; 12:41); 2. Los cuarenta años de peregrinación por el desierto (Nm. 14:33, 34; 32:13; Dt. 2:7; 8:4; Jos. 5:6); 3. Lo siete tiempo (años) de locura de Nabucodonosor (Dn. 4:23, 25); 4. Los setenta años de cautiverio en Babilonia (Jr. 25:11, 12; 29:10).

[54] Algunas profecías que tienen un marcado carácter condicional son, por ejemplo: 1. La predicación de Jonás sobre Nínive (Jon. 3:1-10); 2. La revocación de la promesa que Dios dio al pueblo liberado de Egipto de entrar en la Canaán terrenal (Éx. 6:2, 6-8; Nm. 14:26-34); 3. La sentencia pronunciada sobre Abimelec por causa de Sara, esposa de Abraham (Gn. 20:7, 14); 4. La oración del rey Salomón saturada de condicionalidad en ocasión de la consagración del templo (2ª Cr. 6:36-39).

[55] Véase Apocalipsis 10, donde se muestra la experiencia del movimiento adventista antes y después de 1844, cuando después de predicar el inminente regreso de Cristo a la tierra, lo cual era un mensaje “dulce como la miel” (v. 10), tuvieron que experimentar la frustración de no ver cumplidas sus expectativas, y entonces ese mismo mensaje “amargó el vientre” (v. 10) del movimiento adventista. Luego, cuando entendieron que el santuario de Daniel 8:14 no hacía referencia a la tierra, sino al santuario celestial (He. 8:1, 2; 9:24), se les dio un mensaje muy definido: “Debes profetizar otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (v. 11). Para una explicación más detallada de la experiencia del movimiento adventista y su relación con Apocalipsis 10 véase MAXWELL, C. Mervyn. Dilo al mundo. (Florida: APIA, 1990), pp. 49-52.

[56] WHITE, Elena G. El Deseado…, p. 23.

[57] No entraña ningún problema el hecho de que se quiera utilizar el principio que la cita esgrime: “los propósitos de Dios no conocen premura ni demora” en relación al segundo advenimiento. Ya hemos constatado que Dios no es el culpable de la demora. Él no retarda su promesa, más bien soporta nuestra falta de compromiso. Dios quisiera ir más rápido, pero se amolda a nuestro paso lento, sin dejar nunca de exhortarnos y animarnos a apresurarnos para apresurar su día.

[58] Ibidem.

[59] Apocalipsis 22:11.

[60] WHITE, Elena G. de. El Deseado…, p. 587.

[61] WHITE, Elena G. de. Review and Herald, 14/11/1912. Citado en “En los lugares celestiales”. (Mountain View: PPPA, 1968), p. 340.

[62] Ibidem, 23/12/1905. Citado en ibidem, p. 314.

[63] “Si después del gran chasco de 1844…”. Véase pág. 21 de este artículo.

[64] WHITE, Elena G. de. Los Hechos de los Apóstoles. (Miami, Florida: APIA), pág. 9.

[65] Véase 2ª Pedro 3:11.