Corazón quebrantado
T. Bunch
Cap. 24


La profecía había declarado que el Mesías moriría como resultado del quebranto del corazón. El Salmo 40 es una profecía mesiánica, y en el versículo 12 leemos acerca del "sin número" de "males" que habrían de sobrevenirle durante su peregrinaje en esta tierra, culminando en su muerte, de la que se especifica la causa inmediata en la afirmación: "mi corazón me falla". El Salmo 69 registra el pensamiento de Jesús mientras estaba en la cruz, constituyendo algo así como una premonición de las circunstancias de su muerte: "El escarnio ha quebrantado mi corazón y estoy acongojado. Esperé a quien se compadeciera de mí, y no lo hubo; busqué consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida y en mi sed me dieron a beber vinagre" (vers. 20 y 21).

Es evidente, a partir del relato de la crucifixión de Jesús, que su muerte repentina fue el resultado de la rotura de su corazón. "La peculiar atrocidad de la crucifixión consistía en que uno podía sobrevivir tres o cuatro días en ese horrible estado sobre el instrumento de tortura. La hemorragia de las manos pronto cesaba, no siendo mortal. La verdadera causa de muerte solía ser la posición forzada del cuerpo, que producía un grave trastorno en la circulación, dolores terribles de cabeza y tórax, y con el tiempo rigidez de los miembros. Los de constitución más fuerte llegaban a morir de inanición... Todo apunta a que fuese la ruptura de un gran vaso del corazón lo que produjo la muerte repentina de Jesús" ("The Life of Jesus", Renan, p. 367 y 368).

Gaikie tenía también la convicción de que la rotura del corazón fue la causa de la muerte de Jesús: "La causa inmediata de la muerte parece haber sido, con toda probabilidad, la rotura del corazón que le ocasionó su angustia mental" ("The Life and Words of Christ", p. 788). Nadie pondrá en duda que Jesús vivió en armonía con las leyes de la naturaleza, motivo por el que debía gozar de una fortaleza física igual o superior al promedio. En circunstancias ordinarias debió haber sobrevivido varios días sobre la cruz antes de que la muerte pusiera fin a su agonía.

 

El Salvador, bajo la carga del pecado

Otro autor bien conocido describe así la muerte de Cristo: "Al entregar su preciosa vida, Jesús no fue sostenido por un gozo triunfante. Todo era lobreguez opresiva. No era el temor de la muerte lo que le agobiaba. No era el dolor ni la ignominia de la cruz lo que causaba agonía indescriptible... sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que lleva, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. Tan grande fue esa agonía que apenas le dejaba sentir el dolor físico... El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón" (El Deseado de todas las gentes, p. 700 y 701).

Además de lo que las profecía había predicho, hay ciertas evidencias en la naturaleza de la muerte de Jesús que muestran que sucedió por rotura del corazón. En primer lugar, así lo indica el hecho de que tuvo lugar tan pronto, a partir del momento en que fue crucificado. Cuando José de Arimatea fue a Pilato solicitando el privilegio de enterrar a Jesús, leemos que "Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto" (Mar. 15:44). El que un crucificado muriese antes de dos o tres días era un desenlace inusual, a menos que la muerte llegara por otros medios. Es pues evidente que Jesús no murió propiamente por la crucifixión. En segundo lugar, Jesús murió súbitamente en medio de una terrible agonía de mente y espíritu. No había evidencia alguna de la proximidad de su muerte, cuando se produjo el inesperado y repentino desenlace. La crucifixión ocasionaba siempre una muerte lenta y sobremanera penosa, caracterizada por el debilitamiento progresivo de la víctima, que quedaba sumida en la inconsciencia.

 

Rotura del corazón

En tercer lugar, la muerte de Jesús siguió inmediatamente a su potente exclamación a gran voz (Mat. 27:50; Luc. 23:46). Habitualmente, en el proceso de la muerte, la voz es una de las primeras facultades que se pierde. Viene a hacerse cada vez más débil y vacilante, hasta ser inaudible. El penetrante y potente grito de Jesús es indicativo de un estado de fortaleza física a la que sólo pudo poner rápido fin la rotura del corazón. Un médico eminente declaró que cuando una persona muere por rotura del corazón, "lleva su mano súbitamente al pecho, en la región del corazón, y suele emitir un fuerte grito". Evidentemente, Jesús no pudo llevarse la mano al pecho, por tener ambas clavadas en la cruz. La cuarta y más convincente evidencia de que Jesús murió por ruptura del corazón, es el hecho de que cuando el soldado lo alanceó, de su costado manó sangre y agua. "Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis" (Juan 19:34 y 35).

La ciencia médica no sólo ha dejado constancia de muchos casos en los que la muerte sobrevino de forma súbita como consecuencia de una ruptura del corazón ocasionada por un gran pesar, angustia extrema o pasión violenta, sino que al puncionar el corazón de una persona que ha fallecido de ese modo, se obtienen sangre parcialmente coagulada, y una especie de suero ("agua"), algunas veces en grandes cantidades.

El Dr. William Stroud, médico eminente con ejercicio en Inglaterra y Escocia, recopiló abundantes evidencias en ese sentido, y las incluyó en su libro que lleva por título: "The Physical Cause of the Death of Christ", obra a la que nos hemos referido con anterioridad. Cita allí al Dr. C.D. Ludwig, quien describió un caso de ruptura de la aurícula derecha del corazón: "El pericardio estaba tan distendido por una gran colección transparente de suero y sangre coagulada, que desplazaba a los pulmones. El suero amarillento contenido en esa cavidad pesaba un cuarto de kilo. El corazón estaba envuelto por mucha sangre coagulada, que se adhería al mismo por todas partes, evidenciando haber escapado por la fisura existente en el margen de la aurícula derecha". El Dr. Stroud afirma que "a partir de las investigaciones de Landisi, Ramazzini, Morgagni y otros anatomistas, parece que el pericardio es capaz de alojar un cuarto de litro o más de líquido, que tratándose de sangre se separa rápidamente en sus dos fracciones, la hemática y la compuesta por suero: ‘sangre y agua’ en lenguaje común" (p. 127 y 143).

El doctor cita otro caso en el que "se encontró una pequeña ruptura en el ventrículo izquierdo del corazón; y el pericardio estaba tan dilatado que ocupaba la tercera parte de la cavidad torácica. Al abrirlo, manó una gran cantidad de suero, y se observó un coágulo hemático que pesó casi un kilo, adherido a la cara posterior". Se cita el London Medical Repositori de 1814, que informaba el caso de una muerte súbita por ruptura de un aneurisma aórtico. "El saco [aneurismático] se había reventado por una abertura de aproximadamente un centímetro de longitud situada en el pericardio que, lo mismo que el saco, estaba lleno de coágulos y suero cuyo peso superó los dos kilos". Se menciona el London Medical and Physical Journal de mayo del 1822, que publicó otro caso en el que "el pericardio, que estaba muy distendido, tenía una coloración azulada, y presentaba un grado evidente de fluctuación, conteniendo gran cantidad de suero y sangre coagulada". La misma revista de abril de 1826 informó sobre un caso en el que "se encontró el pericardio distendido por la sangre, que estaba no obstante separada en coágulo y suero" (Id., p. 150 y 151).

El mismo médico cita la descripción del Dr. Ollier sobre un caso en el que "el pericardio contenía un cuarto de kilo de sangre y agua. La sangre se había separado, aunque de forma irregular, en suero y coágulo". Otro médico cita asimismo el caso de una ruptura del corazón en el que "la cavidad pleural derecha estaba casi llena de sangre, que se había separado en el suero y el coágulo; el primero en cantidad de un litro y medio, y la porción coagulada, que tenía gran consistencia, pesaba cerca de un kilo y medio" (Id., p. 152).

El Dr. Stroud resume en estos términos la prueba documental que recopiló de autoridades médicas: "En consecuencia se puede afirmar con certeza que, entre la agonía mental que el Salvador soportó en el Getsemaní, y el sudor profuso mezclado con sangre que vino a continuación, tuvo que producirse un severo trastorno en el corazón, siendo esa condición el efecto del primer fenómeno, así como la consecuencia del segundo... Puesto que ha podido descartarse cualquier otra posibilidad, la causa que se considera plausible de la muerte de Jesús, es decir, la RUPTURA DEL CORAZÓN ORIGINADA POR LA ANGUSTIA MENTAL, se ha demostrado como un hecho posible, según documenta de forma fehaciente el estudio de la naturaleza. Está en armonía con todo lo ocurrido en el caso, y hay que admitirlo por necesidad como causa de su muerte, y de acuerdo con los principios del razonamiento inductivo se debe considerar un hecho probado" (Id., p. 155 y 156).

"Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la Pascua, a fin de que los cuerpos no quedaran en la cruz el sábado (pues aquel sábado era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebraran las piernas y fueran quitados de allí. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas al primero y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Pero cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas" (Juan 19:31-33).

 

Otra costumbre romana

Los registros históricos de aquellos tiempos nos dicen que en ocasiones se rompían las piernas de los prisioneros con la finalidad de acelerar la muerte. De esa forma se evitaba que se prolongara la guardia de los soldados. Estos debían permanecer allí hasta la muerte de la víctima, a fin de evitar que familiares o amigos pudieran retirarla de la cruz. Existen informes de casos en que sucedió así, produciéndose el rescate de la víctima.

Constantino abolió mediante un edicto la pena de crucifixión, tras su conversión nominal al cristianismo. Según el historiador: "Consideró que era indecoroso e irreligioso que se utilizara la cruz para castigar a los peores criminales, mientras que él mismo la erigió como un trofeo, y la estimó como el más noble ornamento de su diadema y emblemas militares... Ese mismo sentimiento religioso indujo a Constantino a prohibir la práctica de romper las piernas de los criminales, penalidad que se asociaba frecuentemente a la de la cruz" ("History of the Roman Emperors", J.B.L. Crevier, vol. 10, p. 132 –Stroud-). Un antiguo escritor dijo de Constantino: "Fue piadoso hasta el extremo de ser el primero en repudiar ese castigo tan antiguo, la cruz, y el rompimiento de las piernas" (Ver también "View of the Evidences of Christianity", Paley, p. 266-268). Era una orden divina el que no debían quebrarse nunca los huesos de las víctimas sacrificiales, consagradas a simbolizar el Cordero de Dios. También en este punto encontramos un cumplimiento de la profecía.

 

El entierro de Cristo

En el entierro de Jesús se cumplió otra profecía del Antiguo Testamento: "Se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte. Aunque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca..." (Isa. 53:9). Mateo 27:57-60 registra el cumplimiento de esa profecía.

El entierro de Jesús en el sepulcro de un hombre rico resulta sorprendente cuando consideramos el hecho de que el entierro, y especialmente en un sepulcro, estaba absolutamente prohibido por la ley romana para los crucificados. Se los solía dejar consumirse en la cruz, o bien se los daba a los perros o a los animales y aves de presa para que los devoraran. "Los parientes y amigos veían a las aves de rapiña atacar los rostros de sus seres queridos; y a menudo se esforzaban por ahuyentar las aves de día y las bestias de noche, o para burlar a los guardas que custodiaban los muertos" ("Jesus of Nazaret", Theodor Keim, vol. 6, p. 250). Pilato accedió gustoso a la petición de José porque sabía que Jesús era inocente. Estaba ansioso por aliviar su conciencia culpable. Puesto que Jesús no era un criminal, no merecía la muerte y entierro de un criminal. Pilato lo había declarado inocente en repetidas ocasiones y accedió, bien porque consideró que no procedía la aplicación de la ley romana, o bien porque quería hacer un desaire a los judíos. Se puede decir de Jesús que "con los ricos fue en su muerte... [porque] nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca". Desde todo punto de vista, los eventos de la vida y muerte de Jesús prueban de forma fehaciente que era el Mesías de los judíos y el Salvador de la humanidad.

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